miércoles, 31 de diciembre de 2014

El falso profeta

  Mi padre enfermó antes que pudiese terminar mis estudios y debí volver a mi ciudad y hacerme cargo de sus cosas, entre ellas la iglesia y el campamento de verano. Mi madre me ayudó tanto como pudo pero las obligaciones que adquirí fueron demasiadas para tan poco tiempo de haber regresado. Me puse al día lo más pronto posible y fui el nuevo ministro desde el domingo siguiente. No necesité ayuda para mentirle a los fieles, siempre fui bueno haciéndome con la idea de que Dios podía hablarme aunque sea para convencerlos que alguien “velaba por todos nosotros”, aunque ni en eso creía. Mi abuelo paterno me enseñó eso, eso de la fe y la vulnerabilidad de quienes tienen la autoestima baja o les falta la instrucción suficiente como para hacerse preguntas filosóficas que den por tierra con las teológicas; corderos, nada ni nadie pudo haber definido mejor a un creyente: mansos, silenciosos, obedientes… como aquellos que mi padre degollaba “piadosamente” para alimentarnos. Nuestra familia había vivido de eso desde que tengo uso de razón, siempre comimos gracias a las mentiras, les hicimos creer lo que deseaban y hasta hubo un tiempo en que mi abuelo supo hacerles creer que Dios hablaba por él (eran tiempos de sequía, recuerdo), y supo devolverles la esperanza hasta que por fin llegaron las lluvias y todos le agradecieron como si él hubiese hecho algo más que hablar, algo más que especular sobre el futuro.
La gente cree lo que desea creer, esa es la verdad, por eso existimos los guías espirituales.
  Me hice cargo ese domingo y para el domingo siguiente la concurrencia era mayor, un poco se debió a mi sermón lleno de ímpetu pero mayormente creo que los movió la curiosidad por escuchar al “hijo del pastor”. Lo cierto es que fueron días de abundancia aquellos y de redescubrirme en una faceta desconocida hasta entonces: como líder. Me gustó que las mujeres me prestaran su total atención en todo momento y que se me acercaran y halagaran una vez concluido, la mayoría de ellas habían sido fieles de mi abuelo, lo eran de mi padre y podrían ser las mías un tiempo, pero lo importante es que probé el sabor del poder y sabe a sangre; es el olor de un animal herido que uno sabe que puede cazar con facilidad y solo debe ser paciente, así se siente.
Desde ese lugar pude comprender aquello que hasta entonces llamaba “locura” en mi padre, eso de creer que Dios podía hablarle en sueños y manifestarse en situaciones impensadas y hasta buscar los por qué de “los castigos” a los que “éste” nos sometía cuando faltaba pan en nuestra mesa. Pude entender que hay que estar muy cuerdo para no volverse loco y acabar creyendo nuestras propias mentiras, que no se debe dar forma a ningún ser que nombren las escrituras ni imaginarlos siquiera para que no te desvelen ni se metan en tus sueños ni atormenten, y que el sendero por el que camina aquel que guía es tan estrecho que un solo paso en falso te puede quitar del camino.
Todo eso aprendí. Pero sobretodo aprendí a mostrarme como cada una de esas mujeres quería verme para ganarme la confianza que necesitaba para mis propósitos oscuros.
  Gozaba de toda una cohorte de fanáticas creyentes que se afanaban lentamente en ser el centro de mi atención y buscaban en todo momento que no solo las incluyese en mis plegarias (creían que yo rezaba por ellas o por alguien) sino les bendijera sus hogares y a sus niños o festejos también, y yo lo hacía gustoso como buen predicador: susurraba con los ojos cerrados frente a ellas en sus casas y hacía como que oraba pidiendo felicidad y paz para esos lugares y sus moradores, luego movía la mano como dibujando en el aire la señal de la cruz y las besaba en las mejillas dando por concluida mi misión; me pagaban por las molestias (eso que llaman “contribución”) y luego me iba recordándoles no faltar el siguiente domingo al sermón de la iglesia.
Mi padre entonces estaba contento, mi madre también, mis abuelos orgullosos y yo disfrutaba de este inesperado lugar en mi comunidad.

1 comentario:

  1. Para aquellos que nada tienen, y que nada esperan, escuchar una palabra de aliento, aunque tu sepas que no es verdadera, los ayuda a sobrellevar sus miserables vidas, y les hace creer que existe un futuro venturoso que les puede tocar a ellos, quizás ellos también sepan que no es verdad, pero se aferran a ello porqué no tienen otra cosa que se les ofrezca para seguir adelante.

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