miércoles, 23 de julio de 2014

Mi despertar sexual

  Para aquellos Psiquíatras que afirman que el intelecto de un asesino suele ser mayor al promedio conmigo se equivocan: jamás sobresalí en nada, ni en los deportes, y mis dedos son tan gruesos que nunca pude destacarme ni en las manualidades de navidad; yo solo supe (si a eso se lo puede llamar destacar) observar a la gente. Aprendí a seguir a las personas sin ser siquiera visto ni una de las veces en que lo hice, me volví una sombra cuando fue preciso y hasta aprendí a abrir puertas o ventanas sin siquiera forzarlas; eso se lo debo a mi abuelo que supo regalarme cuando niño un juego completo de cerrajería y me puso a cargo de arreglar todas y cada una de las cerraduras que él me consiguió desde entonces, y eso hice. Me volví un experto.
A la primer casa que entré sin ser invitado fue a la de una vecina que vivía sola a dos cuadras de la iglesia. Recuerdo que era una mujer de unos treinta años que trabajaba en un bar en el centro del pueblo y de la que se contaban muchas cosas y yo estaba curioso. No creo haber tenido más de trece o catorce años entonces. Entré y hurgué un poco por ahí mientras esperaba que ella llegara; yo quería probar que podía irme antes de que me viera y cerrar la puerta tan rápido que ni cuenta se podría haber dado de que alguien estuvo allí. Eso era osado para un niño y yo me creía osado. Ya la había visto bañarse muchas noches y salir envuelta en una toalla hasta su cuarto y allí vestirse solo con ropa interior, perfumarse, apagar la luz y dormir; todo mientras la miraba subido a una planta. Si bien ya había visto varias veces a mis primas bañándose en el río y habíamos jugado y nos habíamos tocado en esos juegos no era lo mismo lo que me hacía sentir esa mujer con solo observarla. Por eso me arriesgué.
 Entonces, como dije, la esperé dentro de su casa hasta que llegó ya de noche. Me escondí bajo su cama y desde ahí la escuché ir y venir por la casa haciendo cosas, luego, como siempre, se bañó, se llegó hasta el cuarto y se sentó en la cama,tuve sus piernas a centímetros de mis manos y pude sentir el perfume que tenían; fue muy erótico. Cuando apagó la luz la escuché respirar lentamente, cansada, hasta que se durmió. Entonces salí de mi escondite, me arrodillé a su lado para ver su cara y así me quedé hasta que se volteó dándome la espalda.
  Tan sigilosamente como entré me fui. Pero no fue esa mi última visita a esa casa.

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