martes, 22 de julio de 2014

Remember

  Uno no elige ser asesino, no se equivoquen cuando piensen en nosotros: nosotros, podría asegurarlo, nacemos con esta inclinación que bien llaman perversa por no encontrar una palabra más acorde a lo que sentimos cada vez que tomamos una vida como a propia. No somos monstruos, no nos vemos así, podemos caminar por las mismas calles que sus hijos, sentarnos a perder tiempo en las plazas como más de una vez lo hacen ustedes, tomarnos un café mirando hacia afuera en algún bar...pasear a nuestros sobrinos tomándolos de las manos y besarlos apenas dejarlos a salvo en manos de sus madres. Eso somos: gente "normal"; hasta que ese "algo" nos desvela por las noches, esa necesidad de someter y sentirnos dueños de los últimos minutos de alguien, de escucharla rogar y llorar y prometernos hasta lo que no tienen para que no le hagamos daño...y no podemos dejar de sentir cierto morbo por todo eso, por mentirles que luego de dejarse hacer lo que deseemos sexualmente las liberaremos, que volverán a sus hogares, con su familia y amigos y esto no pasará a ser más que un horrible recuerdo.
Pero no es lo sexual lo que realmente da placer, en la mayoría de los casos siquiera podemos consumar el acto. El placer está en verlas morir.

  Mi primer asesinato fue un acto tan improvisado que no noté lo que había producido en mí sino hasta ver que había eyaculado en mi ropa interior: recuerdo que sentía el corazón en la garganta y era tanta la adrenalina que no pude dormir sino hasta dos días después; estaba aterrado, creí que me atraparían apenas salir de mi casa. Leí los diarios, vi la televisión, di parte de enfermo en mi trabajo y me bañé cada media hora buscando descartar cualquier evidencia que me hubiese quedado de ella. Lavé mi ropa tantas veces como pude, observé con una lupa cada centímetro de cada prenda en busca de sangre y no hallé. Si bien el cuerpo había quedado lejos de mi casa (la había cazado en el estacionamiento de un supermercado y llevado hasta unos arbustos lejanos), no pude dejar de sentir que alguien pudo haberme visto, que podía haber habido cámaras de seguridad...Esa primera vez estaba paranoico: sobre la ceja izquierda tenía un pequeño raspón que supe hacerme con una rama de los arbustos y hasta que no se curó no me estuve tranquilo.
Inútil sería mentirles que no me masturbé una y otra vez recordando su cara, sus ojos...cuando la ahorcaba con mis manos montado sobre ella.

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