lunes, 28 de julio de 2014

Su piel dormida

 La segunda vez que entré en esa casa lo hice mientras ella estaba en su cuarto con un hombre. A él no lo conocía pero era un chofer de camión que solía pasar por el pueblo y esperarla a que terminase su turno en el trabajo para gozarla un par de noches y luego irse dejandole promesas de volver para siempre (las mentiras de los casados que ni se han molestado en tantos siglos siquiera en ayornarlas para que ellas no se sientan las putas de turno). Me metí en su casa por la puerta que daba al patio y lentamente me acerqué a la habitación mientras ellos se olvidaban del mundo cambiando de lugar uno sobre otro de tanto en tanto buscando dominarse: "el sexo es una lucha de poderes",eso aprendí mirándolos; él era un violento desgraciado que gozaba atándole las manos tras la espalda y ella era como un animal enfurecido que cuando lograba soltarse mordía y golpeaba todo el tiempo, pero todo terminaba en un orgasmo. A ella le nacían gemidos como desde dentro, de muy dentro, cuando llegaba al clímax, y él solo apretaba los dientes y apenas si le salía un sonido que bien podría llamarlo gemido pero ni eso parecía. Después él fumaba y ella iba completamente desnuda hasta la cocina y besaba la boca de una botella con gaseosa.
Ella era hermosa desnuda. Me gustaban todas esas redondeces que parecían las curvas de una guitarra española, su contoneo lento y cansado nuevamente hacia la cama y los cabellos revueltos que se solía tocar casi como un tic más de cansancio que de pretender ordenarlos. Tenía los labios como gajos de mandarina y los ojos más bonitos que jamás he vuelto a ver. Si puedo citar a aquella persona de quién me enamoré por vez primera sin duda es ella. La amé sin que supiera. Me toqué cada noche afiebrado por ella y jamás se enteró. Yo soñaba despierto conque ella me acariciara y la rondaba todo el día, antes y después de la escuela, cuando iba al mercado o entraba a donde ella trabajaba con la excusa de pedirle tapitas de gaseosas para hacer un trabajo de la escuela...ella estaba en mi cabeza todo el día.

  La última vez que la vi con vida fue una de esas tardes en que aquel chofer se fue del pueblo. Habían discutido y ella le había arrojado toda su ropa a la calle mientras le gritaba que era un maldito hijo de puta por haberle mentido sobre un futuro juntos. Lloraba mientras él se iba. Yo estaba tras unos arbustos donde solía esperar a que cayera la noche para entrar a su casa.
Él se fue y ella entró y cerró las ventanas y puertas y pude escucharla llorando mientras maldecía y hablaba en voz alta sobre lo ilusa que había sido todo ese tiempo. Iba de un lado a otro allí dentro como un animal enjaulado. La seguí espiándola por las ventanas cuando estuvo lo suficientemente oscuro y para antes que me fuera a mi casa ya estaba más calmada: se estaba por duchar, como siempre.
Volví al día siguiente muy de madrugada y observé por las ventanas tanto como pude hacia adentro y no solo me llamó la atención que las luces que estaban prendidas al irme siguieran igual, sino el hecho de ver salir agua desde el baño: por el pasillo corría agua, mucho. Entré por la puerta del fondo y caminé con cuidado de no tocar nada ni resbalarme, había luz y la puerta del baño estaba entornada, la abrí...y la vi: estaba en la bañera, desnuda, hundida casi toda salvo las rodillas que el agua no tapaba en esa posición contraída que tenían; en el piso había pastillas regadas por doquier que se desteñían como hilos de colores hacia el pasillo. A pesar de mis pocos años sabía que estaba muerta, que eso era estar muerto: dormirse para siempre. Tenía los ojos cerrados y la boca abierta; el cuerpo de una palidez jamás antes vista.
Cerré la perilla del agua y apagué la luz. Todo quedó en penumbras, yo podía verla bien; seguía tan hermosa como cuando la veía dormir. Sabía que se la iban a llevar ese día y jamás la volvería a ver, eso era un hecho, por lo que no pude ni pensarlo dos veces antes de sentarme en el borde de la bañera y meter mi mano en el agua tibia hasta alcanzar su rostro y acariciarlo: se sentía tan suave...entreabrí sus labios, toqué sus ojos, su cuello (por alguna extraña razón lo hacía creyendo que despertaría al fin y me vería), mi corazón latía tan fuerte que podía escucharlo pero no podía dejar de tocarla, temblaba de emoción, era toda mía entonces, podía hacer con ella lo que deseara...pero solo quería tocarla, verla, abrir mi mano sobre sus pechos y seguir en una caricia su contorno de medialuna, tocar sus caderas, el corto bello de su pelvis...
Ese fue el primer orgasmo verdadero que tuve en toda mi vida, de esos que te sientes morir, que te hacen llorar, y ella jamás lo supo.

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