miércoles, 11 de marzo de 2015

Imágenes de agua



Hubo un gran movimiento, recuerdo, para dar con ella en esas horas luego de su desaparición; hubo grupos de a pie rastrillando, buzos que mandó el gobierno del distrito al que pertenecíamos, helicópteros, lanchas de prefectura y hasta perros entrenados para rastrear. A las 24 horas de desaparecida ya buscábamos a un muerto; yo lo sabía y ellos tenían la intuición que así era.
El campamento estaba lleno de gente extraña a éste. A los niños que hasta entonces habían disfrutado de él se los llevaron sus padres en la semana subsiguiente a que esto tomase estado público desperdigándose por todos lados gracias a los periódicos y medios audiovisuales y habían sido sustituidos sus lugares por periodistas, policías, bomberos, curiosos y todo el resto de la gente que ayudaba en la búsqueda. El disparador de tamaña movilización, supe luego, fue la noticia de que aquel muchacho a quien para entonces ya todos señalaban como el último en haberla visto no era nada más ni nada menos que el hijo de un prestigioso abogado que se hallaba vacacionando en nuestro pueblo; conocí a este hombre una de esas mañanas en que nos preparábamos para salir a rastrillar a la vera del río: era un hombre rollizo y de pesado andar que solo se preocupaba en saber detalles de aquella noche como preparándose a defender a su hijo penalmente, de ser necesario; no le importaba nada más que eso, ni las búsquedas ni los resultados de ellas. Para entonces ya todos habíamos tenido que concurrir al destacamento para dar nuestra versión de los hechos de ese día y solo aquel muchacho era señalado como el último en haberla visto.
Yo estaba tranquilo, siempre lo he estado en estos casos, veo las cosas como un espectador luego de lograr mi cometido, me veo desde lejos y soy tan inocente como cualquier otro; a veces hasta olvido lo que hice, los detalles…y solo cuando los leo en el periódico lo recuerdo. No soy un asesino, nada de eso, soy un simple hombre que ve la vida de otra forma y la siente así también.

Al segundo día de desaparecida al fin la encontraron, estaba su cuerpo atorado entre unos troncos podridos en la rivera y hasta allí de lejos la habían arrastrado las aguas caudalosas del río, unos cinco kilómetros desde el campamento, hasta donde el caudal era menor y el río se abría en varios brazos para volverse a juntar más adelante. Yo no estaba en ese grupo que la halló, recuerdo que fue un grupo de bomberos y algunos parroquianos que apostaron( por saber de esas corrientes) a que allí la encontrarían y así fue. No tenía ropa, eso supe, y su piel era del color de la luna; imaginé sus cabellos flotando en ese cuerpo inerme y el agua lavándola toda a cada hora, cada segundo…y la idea de esa imagen me erizó los cabellos: era tan sensual…
Quise ir a verla pero el movimiento de automóviles y personas fue tal que cuando llegué ya se la llevaba el camión de la morgue; el lugar fue perimetrado y solo los peritos y la policía quedó trabajando allí. Todos estaban horrorizados por el estado en que la habían encontrado, el sitio, la hinchazón del cuerpo, pero al final daban gracias de que podría tener cristiana sepultura y sus padres no habían llegado en vano a buscarla ya que muchas veces este mismo río se tragó a más de un cristiano y jamás nadie supo de él ni tuvo donde llorarlo.
Yo solo quería verla. Necesitaba verla por última vez antes de que la llevasen a su ciudad y le diesen cristiana sepultura. No me importaba nada más que eso: verla; y con tal de cumplir mi propósito era capaz de todo.
Esa noche no dormí pensando en cómo hacer para entrar en la morgue. Sabía que al día siguiente la llevarían y ya no tendría oportunidad; pensé en violentar una puerta, en fingirme un ayudante y hasta en ir con la excusa de rezar por ella como guía espiritual que había sido en todo ese tiempo…pero ninguna de esas ideas cuadraría en el después, en cuando se supiera qué causó su muerte y se hicieran la pregunta del porqué mi interés por ella, así que idee otro plan que me dejaba como un mero acompañante y amigo de la familia y no como un sospechoso: fui acompañando a su abuela luego de convencerla subrepticiamente de despedirla juntos en un rezo.
Apenas subir el primer escalón del acceso principal de aquel lugar me enfrenté a mi imagen en los grandes ventanales de las puertas y fue una revelación grotesca de lo que somos y lo que parecemos ser realmente: ahí estaba un joven desgarbado y pulcro llevando del brazo a una anciana exhausta de tanto llorar la muerte de su nieta y no un monstruo oportunista que buscaba ver por última vez las consecuencias de sus actos. A los ojos de cualquiera yo era un “enviado de Dios”, y así me sentía.







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